CURSO CCC DE FILOSOFÍA: posmodernismo-neomodernismo (sin fotos ni vidéos)

Uno de los últimos privilegios reservado a los filósofos, compartido eso si con historiadores y entendidos charcuteros, es el de poner nombre a cada época histórica. Por ejemplo, la modernidad, la época medieval, etc. ¿De qué sirve? De bien poco, la verdad, como mucho para atormentar en los exámenes a los estudiantes de secundaria, o si me apuras, para tener unos rasgos básicos sobre los que atenerse, una guía para pensar una época con dos metáforas rápidas.

El siglo XX ha sido el siglo del Posmodernismo, que empezó más o menos cuando Nietzsche anunció que “Dios había muerto”. A partir de ahí la sociedad se fragmentó en mil, se individualizó, se especializó tecnológicamente; desapareció el espíritu santo de la religión, y en su lugar hubo una vacante alarmante de espíritu sólo ocupada por cierto pragmatismo social. Dicen que lo que nos caracterizaba era el pesimismo existencial, el “todo vale” moral. Es decir, que hasta ahora no había un eje central sobre el que girase el pensamiento, como la Razón Ilustrada de los Modernos, o como el Cristianismo medieval. Todo era relativo, menos la ciencia, claro, cosa que favoreció al cinismo (actitud que en este blog desconocemos por completo). La sociedad posmoderna apostaba por las apariencias, el pensamiento débil, la imagen, el ocio, y la cultura de masas.

Cuál fue mi sorpresa el otro día, cuando, un lunes al sol, estaba cultivando mi nuevo pasatiempo, el de leer el periódico, y vi una noticia cuanto menos golosa para alguien que ha estudiado Filosofía: el Posmodernismo agonizaba en un hospital de la seguridad social. Según su autor, un doctor en ciencias políticas, la sociedad también se está “refundando”, puesto que la crisis ha hecho emerger nuevos valores. El iluminado comentarista lo bautizó como Neomodernismo. Y apuntó al compromiso democrático y a su orden emergente como rasgos básicos, un compromiso que nos toca directamente a todos, como colectivo. ¡Ah! y, además, el interés cultural declina en favor de un renovado interés financiero y económico.

Después de sonreír con aquella sonrisa refinada y sutil mía (exenta de cinismo), pasé unas páginas más y apareció el Montilla declarando abiertamente que este año debemos gastar más dinero en navidad, y si nos es posible, es el momento de comprar una casa o de cambiar el coche. Montilla es neomoderno. Y no es el único. Varios son los economistas capaces de mantener su cara rígida mientras nos animan a consumir (¡qué resistencia la suya! ¡yo me descojonaría antes de terminar la frase!). Por lo visto este es su plan para incentivar la economía.

Así que pensé ¿tendrá razón el neomoderno ese? ¿Será responsabilidad mía y sólo mía si la economía se va al garete por no comprar nada? ¿Debo probar suerte en el fantástico mundo de las hipotecas como modo de paliar el vacío existencial? ¿Habré sido un irresponsable durante estos 32 años que he vivido sin carnet de conducir, y sin móvil de última generación? No lo sé, de verdad que no lo sé, por lo pronto pido disculpas públicas por haber estudiado humanidades…